Contemporary Mexican Poets

Part 2

Selection by

Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal

 

 


Elsa Cross (México, 1946)

De Bacantes, Artífice Ediciones, México, 1982.


 

II

Rodeados de los cerros como murallas
los hombres jugaban en las terrazas.
Ruido de carreras sobre el pasto.
Un azul morado en el aire cuando el sol se metía.
Los pájaros iban callando.
Los murciélagos alzaban su vuelo errático.
Los hombres corrían tras los tantos del juego,
sus gritos reverberaban entre los cerros.
Ovación.
Te levantaban en hombros,
te llevaban cuesta abajo a celebrar.
A cada salida de ese pueblo, un templo.
Las siete puertas resguardadas por los arcángeles, decían.
Y el nuestro en suerte se embriagaba en los portales,
hablando del cielo y del infierno
como dos sitios separados por dos pulgadas
dentro del cuerpo.

VII

Éramos heridas abiertas.
La sensación se trastornaba.
Tu voz inventaba registros en mi oído.
Tus almizcles me embriagaban más que el vino.
Nos hería el placer.
Inagotables,
ebrios,
nuestros cuerpos, la ofrenda,
como frutas que dejan las mujeres
en las playas del sur y el mar se lleva.
Nos perdíamos del mundo.
Dibujábamos barcas en el aire
y nos íbamos en ellas.
Toda la noche caían para nosotros
dones del cielo,
la lluvia sobre los árboles,
y esas gotas brotando del pecho,
ah, nuestro soma--
¿dónde terminaban los cuerpos?
¿cuál cuerpo era de quién?
Yo sentía desde tu hombro mi caricia.
Tus pensamientos pasaban por mi mente,
y donde los deseos se juntaban
salían del aire aves de fuego.
Yo fluía dentro de ti.
¿Y tú quién eras?
Sólo un banco de abejas,
agua brillando como joyas.
Olas de sensaciones nos turbaban,
nos devolvían a la orilla.
Tanta vista del mar dejar atrás,
tantos bosques,
tanto de tu cuerpo.
Tender un velo en llamas sobre las formas --
que perdíamos al mirarnos un instante de más,
al debatirse tu muslo,
intempestivo.
Así morían los peces en las redes.

X

Trepadoras con sus flores azules
en la impunidad de ese día,
sin una sola nube sobre agosto.
Muertos de sed,
corriendo por un camino estrecho
con sus vallas de espigas rosadas a los lados,
siguiendo en un quinteto
el contrapunto de violas,
subíamos la cuesta.
Descorchabas botellas de vino.
E íbamos cuidando de no matar borregos,
de no despeñarnos en un parpadeo de más.
Ángeles guardianes nos alertaban
justo a tiempo de no incrustarnos en el cerro.
¿Perseguidos por quién corríamos así?
¿Siguiendo a quién?
Detenidos de noche por tropas en busca de guerrillas,
aluzados con linternas,
las armas apuntándonos.
Y tantas mariposas consteladas en los parabrisas.
Ah, tus ofrendas.
Echabas jazmines en el vino.
El vino, inagotable, más rojo bajo el sol.
O bebíamos de noche licores nauseabundos
en burdeles de las afueras.
Celebración incesante,
a costa de tanta vida nuestra,
las caras tan pálidas.
Y la sonrisa inextinguible,
pues en cualquier parte
renacía,
Estrepitoso, Delirante.
Bebíamos mostos de su boca.
Nuestros cuerpos ardían.
Demorar un instante de más nos calcinaba.
¿Y quién podía detenernos?
¿Quién podía detener
esas plantas trepando por el muro?

XIII

Intoxicados,
con la mirada puesta en otra parte,
oh veleidosos,
propiciando los manes de otra estirpe,
nos saciamos de belleza.
Ebrios,
oíamos con el cuerpo,
dictábamos modulaciones extrañas,
disonancias.
Una gota caía
filtrada entre la piedra,
honrando al dios desconocido.
Desde allí mirábamos el mundo,
una puerta custodiada por leones,
una torre cónica abierta al infinito,
y la gota que cae,
pulsando nuestros cuerpos,
vibración de sistros.
Un mar girando batido por el fuego.
Veneno azul a mi garganta.
Y la gota horadando la imagen de mi dios,
llenando los sentidos con su música.
Una pausa se abrió
absorbiéndonos de pronto en el silencio.
El mundo se detuvo en el centro de un eje.
Aspas de fuego en torno.
Sólo ascenso,
desnudez.
Diez brazos de tu tronco portando flamas.
Tu frente como sol.
Rayos girando.
Danzas,
y en torno no hay sino cenizas.
Yo misma me vuelvo de ceniza,
danzo, desaparezco.
Y de tu cuerpo prendida,
traspasada,
hueca como una caña,
soy el lecho de un río,
fuerza que se despliega como ala,
un hilo de azogue,
un hálito.
Giramos en lo alto.
Circulación de luz.
No hay aliento.
Volamos en el silencio,
en el vacío abierto.
Estamos dentro del relámpago.

XV

Camino por el atrio.
Todo el suelo cubierto de campanas violetas.
El encuentro exaltaba mi corazón.
Dentro del templo
los siete arcángeles pintados en los muros.
La tarde de mayo florecía.
Las ofrendas a María
se secaban en el arco triunfal.
Miguel espada en mano resguardaba las puertas.
Pero no íbamos al templo.
"Tanto gentile e tanto onesta pare."
Y al volverme
la gracia de ¿Rafael? en tu sonrisa.
Caminé entre las tumbas
hasta encontrarte bajo las jacarandas.
Las cercas de ladrillo se cubrían con las flores moradas.
Un olor ambiguo.
Abajo de las cercas gritaba el Porquerizo.
Los gruñidos de los cerdos llegaban a nuestra plática.
Y no dará nombre a tus espumas,
pues los poetas mienten demasiado.

 


Gerardo Deniz (Madrid, 1934)

De Adrede. Joaquín Mortiz, México, 1970. Picos pardos. Vuelta, México, 1992. Ton y son. CNCA (Práctica Mortal), México, 1996.


 

Diremos hoy del amor cosas verdades
como la orilla al mar hasta volverse arena.
Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el pensamiento
     [con saliva ajena, oh brujo céltico que hallaste hace dos lunas
una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de nuevo
has mordido sus piernas--desgano: así hasta tres veces.
Hay en el bosque corros de hongos--y quién los pone, dí (o
     [enloquecer como el sabio malabar
ante la sensitiva) y quién pone el salitre en la bóveda
     [donde la antorcha traza enigmas de hollín.
Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora, oh brujo
     [enteramente medieval,
cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas pensando
     [en hongos, en salitre
(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco
     [de estirpes de Erín desentendiéndote un poco).
Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado de
     [estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas
frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la enuresis;
anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz desenpolva
     [con mano trémula, creyéndote en hechicerías altas.
Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el hombre
     [del norte no pisará las costas.
No, no eres lunático.

  

[LA ESCUELA AUTORITARIA Y C MO NACI UN RESPETABLE GÉNERO DE LITERATURA.]

Duras son las bancas, y el profesor tampoco tan lúcido.
Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea tradiciones, héroes,
     [anatomías
para salir del paso. Y si se murmura en los corredores --
     [lo he oído --
que su papel es difícil, pues que se hubiera dedicado a otra cosa,
corsario turco, por ejemplo, pintor de santos de alcoba adulterina. No es
     [disculpa.
Quedan los flancos del aula embadurnados (y a la salida los retratos de
     [Rúnika en su horizonte de estaciones)
de rastros relucientes y ese platino es baba que derrochó el
     [cornudo mentor
en su tentar incompetente de molusco. Alza en alto la pata, hermano
     [conejo
(si de ti no se tratase, proteína de la niñez,
     [preferiría callar);
no te agarren desprevenido. Que tengan la culpa, dado el caso:
"Son más largas mis orejas; mi desempeño exhala, por donde
     [oler se quiera,
un pronunciado tufo vegetariano." Y sin embargo no se te aprecia
y el maestro se permite llegar trayendo al hombro una carabina
como si no viniese a impartir instrucción humanística
sino de caza o francotiro. Compartes el pavor, hermana marta,
animalesa de homogéneo traje sastre, suave al grado de que sirve
     [para hacer suavísimos pinceles,
y eres el ser más fusilado en las florestas de Eurasia; te sientes
     [aludida,
     [con razón,
y maullando la sobada excusa de salir un momento a soplar el sacapuntas,
huyes y esperas nerviosa bajo los indalecios del patio
que, conclusa la clase, algún compañero enamorado te preste
     [sus cuadernos
de ortografía insegura. (Mas con el amor no se juega; ojo.)
También tú, hermano dromedario, padeces con este profesor
     [pelotudo,
sin darte tiempo a que le saques el aire a tu gaita
por un agujerito melodioso, lo cual requiere concentración
     [y espacio.
De ahí que los discípulos se sublevaran todos. (Hay quien
     [ejerce cuarenta y tantos años prosa
     [o verso
sin emplear ni una vez el verbo sublevarse. Quien lea, entenderá.)

 

EL CONSUELO ES INDECISO; APRECIABLE LA PROMESA

Cuando ciertas voces llanas - léase el anterior ejemplo -
     [impresionan al público más que si
     [fuesen esdrújulas
es que falta mucho por navegar opinaba el m s taciturno de nuestro
     [conventículo,
desperdiciando tal vez una ocasión decente de callar otro poco.

Si ha convertido uno en tuétano lo que lo alimentó, y es
     [uno tragaldabas
a través de las edades y regímenes alimentarios seno,
     [azúcar, sal, mostaza y luego todo junto -,
cuando esto sobreviene replicaban en sutilísima parábola
     [los más avezados
es justificable adherirse al descontento, mas no como se adhiere la masa a
     [un molde sin aceitar.
Hermanos de pergamino: todo nos es válido.
Son lujos de esta perfección que disfrutamos desde el nido.

Por lo demás, la esdrújula esencial sigue en veremos.

 

ACTITUD(ES)

Los mitos, las leyendas, los conjurosésos textos (de preferencia
bien atiborrados al pie de notas y variantes, perplejidades o
    [conjeturas abusivas)
me placen como muestras de idiomas,
como lirondo y mondo material de an lisis
(aquí 'análisis' es plural),
como comburente, pasatiempo, correlato, puntos de referencia
o bisabuelo a quien escuchamos
(pidiendo - para no interrumpirlo - el encendedor - a Liudmila
mediante un gesto de expresiva imitación, y al devolvérselo
sonriéndole a Liudmila gracias muy y muchísimas por
     [no interrumpir, insisto, al bisabuelo)
con simpatía. Y además
los hay insólitos, los hay bellos;
varios, no pocos.
Tampoco todos.
     Así añejas palabras, palabras lejos,
lejanas palabras viejas, sin neocursilería,
rebambaramban, chinchean, repican aún de no pocos, varios, modos
en mis cráneos. Ruego nada más a los diversos, colegiados amigos
(quienes consagraron al asunto la quinta parte de cilios que yo):
no se empeñen en que, además, me crea lo que dicen
esos mitos, leyendas, conjuros.
Tengo otras vías de manifestar interés, admiración,
que hacerme idiota.

 

OGRO

Las pizcas y los ápices
armaron una orgía. Salió embarazada Ereen Smith
y a su hija le pondrá Dew Yoloxóchitl
(cuán convincente es el n huatl).
Por las márgenes del petate rueda una triza en pelota
sin pareja, sin su añico, requiriendo apoyo moral
contra ambas soledades. -- Así -- le digo con dureza
al cerrar el cajón dentro del cual se desarrolla este drama--,
así subsiste un elemento de indeterminación
    [(Unbestimmtheit)
y, cuanta vez abra, por ver si no os empelusáis
de mohos canos, y habría que tiraros,
sorprenderé permutaciones insospechadas
(si es que te reconozco, huerca).

 


Jorge Esquinca (México, 1957)

Estos poemas fueron publicados anteriormente en Tierra Adentro #62, México, noviembre-diciembre de 1992. La edad del bosque, UAM, México, 1993. Vuelta #208, México, marzo de 1994.


 

CORCELES Y CALAVERAS

A partir de algunos cuadros de Roberto Rébora

Rayan los cascos la dura tierra de los muertos, caballos de rígido espinazo, de ijares escaldados, desmontan jinetes pistola en mano, relumbran las espuelas entre lápidas.

    Roncas las gargantas se rasgan al grito del dolor y del Cerrero, crines de viaje, cañas en relincho, un reguero de chispas sobre el lienzo.

    Zumba la sangre en las sienes prietas, la rabia del sol les cala los sombreros, les funde la charrasca, les lame las ancas a los cuacos del viento.

...más allá los carrizales, los remansos de agua zarca donde bajan las muchachas a lavarse los óxidos del menstruo.

    No faltan manos a las reatas, buches al tequila, ganas al cabrón que roba un beso y se destiempla de risa; es jolgorio de vivos sobre dura tierra de muertos.

    Aquí el borlote, la tragazón, el despepite. Los gallos trabados en un abrazo de acero. Aquí el guitarrón, el zapateado, las tripas del puerco en la grasa bullente. Aquí la matona se habla de tú con el cielo.

... más allá los carrizales, los amores de Juan y de María, trémulos, en la complicidad del riachuelo.

    Suelta la brida, el alazán avienta espumarajos, pela los dientes, caracolea, hunde las uñas y a cada golpe desentierra pringosas calaveras.

    Entre nubes de azufre se disuelve el convite, ladran los perros; sobre la tierra removida los cráneos se encienden cual tizones; trastabilleantes, mezclan llanto y sudores los borrachos.

    Un cohete prende la tarde en el cerro. Baja un río de orines y huesos. Pasan silbando los potros del viento.

 

BOTELLÓN VACÍO

¿Qué diablos puede faltarle al botellón, qué corcho para su boca, qué alcohol para su panza? Cuando es la risa simple de la luz que resbala, gira y baja en espiral por el cuello; la luz que gira y azota su cascabel entre muros de un recinto transparente, la luz azul, la luz volantinera. Vestida con su puro reflejo anda la luz por las entrañas de un planeta varado. Luz que de no serlo podría llamarse cristal, agua detenida.

 

EL ARTE DE LA FUGA

Las muchachas ligeras llevan un zépelin tatuado entre los senos. Miran a los mortales desde aquella livianidad privilegiada. Viven entre nubes, con la indolencia azul de unos ojos habituados al comercio celeste y cotidiano. Ignoran el plebeyo mareo de las alturas. Para ellas todo es distancia, torre de viento, laberinto volátil. Las muchachas ligeras, gotas de tiempo en la clepsidra iluminada, se hablan de tú con la estratósfera. Ponen a secar su ropa íntima, siempre húmeda, en un pico de la estrella polar. Juegan al avión con la cruz del sur y esconden la saeta de Orión entre sus piernas. Ríen. Nada hay más aéreo que su risa. Las muchachas ligeras echan volados con los ángeles y apuestan contra la existencia de Dios. A veces ganan, a veces pierden - nada hay más cierto que su risa. (Cuando tocan tierra son lánguidos cometas, anclas de la desdicha, herrumbre en el cronómetro solar.) Y toda palabra se disuelve en torno a ellas como la salva del más torpe simulacro. Las muchachas ligeras son agua perdida, ninguna escritura podría jamás domesticarlas.

 

DÉLFICA

La mano izquierda en lo oscuro, la derecha hacia lo abierto. Reunidas bajo tu pecho son el ámbito y el Nombre. Distiende el arco de la respiración, vuelve la piedra hacia su centro. Pero duerme aún, entre el laurel y la serpiente derrotada. Que nada perturbe, virgen de la gruta, esa canción que tú bien sabes y siempre recomienza.

   Mira, en la niebla que avanza, el aliento de un animal hechizado.

 

EL CRÁNEO DE ELÍAS

Durante los últimos días la piel de tu cráneo se ha vuelto materia vulnerable. La luz, el aire, el roce de una almohada, las manos que ahora sostienen tu cabeza pueden, a pesar de su inocencia, herirla. Antier, ayer, hoy mismo miro la sangre seca. Bajo la piel de tu cráneo el tiempo no pasa, es un presente de antes, la nostalgia de lo que vendrá. Las palomas, tras el vidrio que las separa de los vendajes y las sondas, son el único verbo que pronuncias. Bajo el crucero de tus huesos el tiempo es sustantivo, detenido relámpago. Tú que no fuiste relámpago, Elías, sino arrebato; destilada iluminación, aprendizaje. Tomo tu cabeza entre mis manos y no sé los nombres de sus huesos. No sé que tanto se dice con el tacto. Pero sospecho que en este tiempo en el que ya no estás habrá también para mí un carro de policía, de feria, de viento que vendrá, como a ti, a levantarme. Y que no habremos de escuchar la voz de Dios, sino el fuego, Elías, el fuego.

 


Roberto López Moreno

De De la obra poética, Ediciones Papeles Privados, México, 1995.


 

CONVERSACIÓN

Ayer conversé,
en una breve parte del día,
con un poeta contemporáneo.
En un momento de nuestra charla
caímos, claro está,
en el tema
en el que a veces caen los poetas:
la máquina del tiempo,
es decir,
el poema.

 

ESTAFILOCOCOS VS. CUCARACHAS

¿Qué horror!
terribles, espeluznantes plagas
frente a frente.
Yo, saco de ajada carne
y débil hueso
en el centro del terror.
Eje persistente del espanto
la cucaracha triunfará
sobre el dorado estafilococo.
Está escrito.

 

HE PERDIDO POEMAS

He perdido poemas,
algunos estertores,
mucho se fue diluyendo en una memoria
de gastadas suelas.
Me he perdido una y muchas veces,
me he borrado a pedazos.
Siempre que lo intento
me invento diferente,
en la pupila del espejo,
en el zumo de su tinta.

 

VINO A VINO

Todo depende del vino en nuestra copa,
en nuestra ansia de asir el movimiento
adhiriéndose a las formas
carnales y líquidas del sueño.
Todo depende del vino que incendiamos
en el rito primero vuelo encinta.
De la primera chispa lumbre de uvas
han de correr las venas del latido
palabra de la lluvia,
música del relámpago,
invento de este todo
que se nos quema adentro.
Todo depende del vino
con el que nos venimos a la vida.

 


Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 1952)

Los poemas que aquí se incluyen fueron publicados anteriormente en: Errar. El Tucán de Virginia, México, 1991. Circa 1994. CNCA (Práctica Mortal), México, 1996.


 

Poca cosa en el mundo con utilidad
todavía: la luna, María, Una
sobre otra con su luz vacía, el cuarto
menguante cada vez con menos cosas, los
muslos menguantes cada vez con menos manos, el
óvalo del rostro que rueda por la sombra. "Espérme
un año y verás: será distinto por la estrella el
destino". Luna de estío, estilo de brillar barroco, el
hueco de la noche se hace día, dices. Pero lo que no
dices y tal vez deberías es que no hay talismán que
frene el maleficio de no estar contigo, aquí
en la maleza de sonidos voló el ave que consuela.

Cómetelos, Milán,
cómetelos. La identidad
está en los dientes, en estos
dientes, en estos días enteros de poesía
sin clientes. La casada está sola, abandonada
con su abanico. Y el abanico solo con su aire
rodeado de picos, que es por donde sale el canto
sin idea. Canto porque sí, porque es de día.
Sabías que era así, siempre con árboles. Tanto
era así que una vez había una voz que decía:
"cómetelos, Milán, cómetelos. La identidad
    [está en los
dientes". Días raros de poesía sin clientes.

Que en vez de quejarse, canten.
Manda decir que en vez de quejarse, canten.
Que en estos momentos silenciosos sin milagro a la vista,
esta apariencia de Jesús del Monte pero sin Jesús del Monte,
una quietud que mata, que en vez de quejarse, canten. No vendrá
un aleluya desde el fondo inédita, aquí,
lista para ser cantada como un par de zapatos nuevos,
Florsheim. Una resonancia mítica en el nombre de un zapato,
actualidades del eco, Eco era la diosa que parecía que
    [permanecería
sin estar, santa profana. Finta de las resonancias, tinta
que intenta escribir lo que fue escrito sin tinta, sin
mano de fábrica, esto es un circo pero parece un desierto.
Que ya que no saben ni qué es un espejo, que en vez de quejarse,
    [canten.

___________________________________________

Encuentros con la alegría, urgen.
Alegría en la cara, en el salto
de vara, alto. Gloria es demasiado
con ángeles ausentes. Audacia: alegría
contra la inmundicia que no se dice por sucia:
alegría. Audacia decirla. Auspicios, bebés
que darán para más, nacerán para más,
aunque todo diga menos, más. La alegría
es verdadera, dura lo que dura lo real, Grial.

___________________________________________

No hay fiesta, hoy no se habla
de la Revolución Francesa. Hoy no hay hoy
si ése es el precio, hoy no se fía de ninguna fecha
si el negocio es éste. Hoy no se mata, ¿de qué
hablaremos? No hay nada cerca, ni un cuervo ni un negro.
Puras palomas con sus lomos escritos por sus propias plumas
donde se lee: "blancas", pican migajas en la plaza,
antes de la luz, no existe usted.

 


Fabio Morábito (Alejandría, Egipto, 1955)

De Lotes Baldíos. Fondo de Cultura Económica, México, 1984. De lunes todo el año. Joaquín Mortiz/CNCA/INBA, México, 1992.


 

A ESPALDAS DE LA PIEDRA

Se te olvida que existe
hasta que un día, de pronto,
en tu casa o en el baño

de un viejo restaurante,
en un rincón roído
por la humedad y el uso,

la ves: la tubería.
Y tú, educado por
periódicos y libros,

en ese par de tubos
que corren alineados
a establecer junturas

a espaldas de la piedra,
uno escoltando al otro
-- dando largos rodeos,

violentas torceduras,
dedos de una gran mano
abierta todo el tiempo

que suave nos gobierna--,
en todo esto palpas,
ves el trabajo humano

en su puro nacer,
en su astucia de siglos,
sus remiendos y errores,

y también en sus logros,
su jugosa invención
de estilos y de humores.

Miente la piedra, entonces,
las palabras engañan,
la lisura no existe,

es nuestra enfermedad,
en todo hay un abajo,
un atrás de, un fondo,

y hay que esperar el día
que un leve cedimiento,
un desplome en algún

recodo te sorprenda
y ponga ante tus ojos
la oculta levadura,

el esfuerzo de otros,
el hilo conductor
que todo lo sostiene,

para que tú recuerdes
que hay una historia nómada,
anónima, sin voces,

carente de escritura
que se desliza oculta
debajo de la otra,

y no hay por qué escribirla,
sino escucharla a fondo
ahí donde se encuentra,

llevarla en nuestra piel
mejor que en nuestra lengua
para no hacerle trampas,

y que ella nos defienda
del olvido, de engaños,
de simplificaciones.

 

OIGO LOS COCHES

En la mañana oigo los coches
que no pueden
arrancar.
A lo mejor, entre los árboles,
hay pájaros así,
que tardan en lanzarse
al diario vuelo,
y algunos nunca lo consiguen.
Me alegro cuando un auto,
enfriado por la noche,
recuerda al fin la combustión
y prende sus circuitos.
Qué hermoso es el ruido
del motor,
la realidad vuelta a su cauce.
¿Cómo le harán los pájaros
para saber en qué momento,
si se echan a volar,
no corren ya peligro?
¿Qué nervio de su vuelo
les avisa
que son de nuevo libres
entre las frondas de los árboles?

 

NO TENER CASA

¿Cómo orientar la casa,
cómo orientar lo que no tengo?
Unos la orientan
al amanecer,
otros la orientan al crepúsculo.
Yo que no tengo casa aún
puedo orientarla hacia las cosas
más minúsculas.
Puedo tener la casa
junto al mar
pero de espalda al mar,
de frente a lo que está hechizado
por el mar,
puedo orientar la casa
por intuiciones súbitas,
a costa de perderla,
de no alcanzarla nunca.
Yo sé que cada muro
es el comienzo
de una nueva casa,
es el atisbo de una casa
aún posible,
de otra manera de vivir.
Quiero una casa que no apague
esos vislumbres,
que no se oriente hacia ningún
país feliz,
que esté empezando siempre,
sin ángulos mortales,
sin muros decisivos
ni esfuerzos muy profundos
(estoy cansado de heroísmos).
Quiero una casa
que se oiga,
que no haga esquina,
que no haga puntas,
que no haga ningún verde
previsible.
Quiero una casa que regrese
a la primera piedra cada día,
que se despoje de sus muros
en la imaginación de los que duermen,
que ayude a conciliar su sueño,
que sea una casa abierta
a toda profecía.

 

CINCO ESCALONES

El quinto piso
era el más alto,
el tope de los edificios
de mi calle
y el lustre de la arquitectura
de esa época.
Un edificio en regla
tenía que terminar en cinco pisos,
como contar los dedos
de la mano,
como cerrar un pacto
con el porvenir.
Pero a nosotros
nos tocó vivir abajo
al lado del conserje
y el quinto piso era otro estrato
de la realidad.
Nunca tuve un amigo
que viviera tan arriba.
Tal vez sus ocupantes
eran tristes,
roídos por alguna enfermedad,
y se apagaban lejos
del ruido de la época.
Yo me crié
con mi visión de planta baja,
escribo todavía
desde su amplio radio de visión.
Vivir arriba
era ponerse a salvo,
entrar de lleno en el país,
entrar de lleno en los recuerdos,
la planta baja era el destino
de los inmigrados,
de los nacidos fuera de su patria,
de los desmemoriados.
Nos exigían algo,
aunque nadie sabía qué era,
y lo pagábamos viviendo
en ese piso sin prestigio
cuyo botón faltaba
en los elevadores.
Teníamos el sueño más ligero
que la mayoría,
fluíamos abajo
de la vida pública,
junto a la base de los árboles.
Entre la calle
y nuestra vida íntima
es todo lo que había: cinco escalones.

 

ARS POÉTICA

Yo nunca tuve anhelos
de motorización,
es más, nunca pedí a mis padres
un vehículo,
hasta la bicicleta me aburría,
me limité a mis pies,
a mi sentido del cansancio.
Nunca he viajado rápido,
pero he viajado,
mis huesos cambian de dolor
cada cien metros
y nadie sabe como yo qué es un kilómetro.

 


Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, 1958)

De Don de lenguas, ICBC, Mexicali, 1995.


 

II

Remolinos y vorágines. El agua es luz que fluye, espejo turbulento, escritura moviente. En ti me veo, Mar de los Sargazos, donde los barcos de la memoria quedan atrapados, donde los marineros se vuelven almas errantes, espíritus vagabundos, en la eternidad de tus zarcillos y ramajes. Todos los caminos llevan a este cementerio. Lápidas y mausoleos. La niebla que avanza con pies de luna, con pasos de sombra. Lamentaciones y susurros. La alegría de un carnaval de equívocos: máscaras que son esqueletos tintineantes, cadáveres festivos. Son de cascabeles y relajo.

    La muerte gobierna nuestros sueños. El que entre aquí que pierda toda esperanza. Auschwitz o Treblinka. Tu dorado cabello, Margarita. Tu ceniciento cabello, Sulamita. La danza de la muerte: su orquesta de bestias iracundas, de aullidos esperpénticos. La poesía comienza aquí, entre los moribundos, entre los tatuados por la muerte. La poesía se yergue sobre la tierra estéril, como una flor invencible y cambiante, como una semilla que fructifica en el territorio de la aridez y la desdicha. Un siglo baldío, un solar rebosante de artilugios inservibles, de magias imperfectas. Deshuesadero de máquinas caducas y en desuso. La estática es nuestro lenguaje, nuestra Babel cotidiana. This is the end, my friend, the end. Otra vuelta de tuerca. Otra caja china. Sorpresas. Laberintos que el hombre crea. Sarcófagos donde yacen los cuerpos de poderosos faraones, de antiguos dadores de la vida Altísimos señores del tiempo embalsamado.

   Una barca salta hacia la otra orilla: sus velas desplegadas. ¿Quién guía su timón? ¿Quién acompaña a los muertos al salón de la balanza? Sus corazones oscilando en el vacío, frente a los dioses que discuten el peso de sus actos, el claroscuro de sus vidas. Yo, Tiresias, viejo de carnes fofas y pechos arrugados, estuve ahí. Yo cumplí como testigo de aquella ceremonia y acompañé a los dioses en sus arduas discusiones. Yo vi la luz de Orión ascender hasta su cúspide y vi las carnes de los hombres ser devoradas por la gran Bocaza. Mis palabras sólo son el eco distorsionado de aquella eternidad, de aquel abismo: agua que fluye, espejo turbulento, escritura moviente. Remolinos y vorágines.

 

V

Todo vuelve.
     Todo vuelve.

    El viento entre las ramas alza el vuelo como un espíritu errabundo y majestuoso: pájaro de fuego que rehace sus plumas de quetzal año con año. Todo regresa a sus orígenes, a su lugar de nacimiento, al sitio donde la voz es silencio y quemadura. Todo vuelve aquí. Todo brilla como en el primer día de la creación, como en el instante mismo en que la alquimia cumple sus promesas milenarias. Invocaciones y conjuros. La palabra despliega sus poderes. Alfabeto de sílabas quemantes. Don de lenguas.

    Heme aquí, ingrávido y transparente: soy parte de la luz que nace, de la luz que se dispersa. Soy el pez que cambia sus formas según las aguas en que nada, según los sueños que turba en su periplo. Transmutaciones. Transmigraciones. Soy el espejo que devuelve la otra imagen del mundo, el monstruo que la razón añora con vehemente regocijo.

    Heme aquí: alimentando con sangre mis palabras, con carne fresca el hambre que me agobia. Soy el círculo de lo saciado y lo insaciable, el verdugo que ama a sus víctimas y llora su muerte. Todo vuelve. Todo regresa a sus orígenes, a la pira funeraria donde nuestro corazón chispea, donde vuelan cenizas y espíritus fraternos en alegre compañía. Hoy el mundo, es llama y es deseo, piedra al rojo vivo, humo fantasmal, ánima que anima nuestro duelo, carne que se vuelve luz opaca, fuga y fuego.

    Heme aquí: ardiendo.

    Sobre tus pechos, niña, sobre tus pechos.    

    Piedra de toque soy para tu oro.

 


Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León, 1957)

Estos poemas fueron publicados anteriormente en Dama infiel al sueño, Cuarto Menguante/Universidad de Guadalajara/Xalli, Guadalajara, 1991. Tierra Adentro #61, México, septiembre-óctubre de 1992.


 

LA DIOSA

a Rosa María Villarreal

Todo era un juego de contrarios,
un tirar de la cuerda hasta doblarse,
una risa perpetua y nauseabunda,
un mirarse en los ojos de los otros.
Después vino el encierro.

¿Cómo trasegarse una declaración de principios que ahora navega en el barquito
     [de papel al borde de la tina?
¿Cómo la duda se erige de pronto en la única verdad posible de una vida confusa?
La mentira y el miedo sostienen los pies de su imagen.
La ira pasa a tercer término.
Se fue quedando sola en la inmensidad del mundo:
su palabra significó el destierro.

 

DAMA INFIEL AL SUEÑO

Despierto con las manos cerradas, mi alma hecha piedra,
mis sentidos despedazados.
Los dientes se desgastan cada noche.
La angustia, dama infiel al sueño, los utiliza como tablado para su danza.
Las pesadillas amenazan con el espectáculo más denso del terror.
No hay otro espectador que yo misma, y soy yo, también,
la que protagoniza las escenas más atroces.

Soy ahí la asesina, la que ama el incesto, la que huye eternamente
     [de su madre,
la que atraviesa las avenidas del odio
y se mete con todos:
la que goza en silencio.

Soy el día y la noche, la razón y el corazón que dan vueltas sin rumbo,
la sangre deslizándose, el delirio:
ese hombre que sonríe desde el cuadro
y me llama.

Soy la brillante mujer que luce la conciencia
como su mejor adquisición,
la misma que duerme a su hijo
y espera,
con los ojos abiertos,
la llegada del día.

 

NAVEGACIÓN DE OTOÑO

He aquí la parvada de ocres y amarillos pájaros que se tiende
sobre los matorrales;
es el tránsito al otoño,
el registro de la metamorfosis abriendo la gavia hacia los cielos,
alzando lienzos en punto de cruz.
El otoño se observa a lo lejos
como un cuadro de galería: a lo alto, a lo lejos...
aquí arde la piel,
la canícula extiende su adormilado cuerpo a la luz de las cuatro
envuelta en sábanas como una soltera que no quiere despertar;
es la galera del desierto y la sed que no se sacia,
la corriente de aire que refresca el adobe,
el sillar deteriorado por los labios del viento,
el halcón y su furia,
el pico que se clava sobre tu piel
encerrada en la jaula de tus ojos curiosos,
de tu cuerpo extrañado,
del viento que entra y sale de las rejas,
del viento que entre huizaches y mezquites
en las tolvaneras de septiembre
sube y baja por tus piernas.
Y tú navegando en el otoño, en la galera que flota
en la inmensidad del cielo,
tú entre ocres y amarillos asciendes y dispersas la bandada.

 


Go to Whose Border?/La Frontera ¿de Quién?

Go to Light and Dust Poets

This is a cooperative presentation by
Atticus Press and
Light and Dust Mobile Anthology of Poetry.